La Serra d'en Galceran

La Serra d'en Galceran
La Serra d'en Galceran

dimecres, 25 de gener del 2017

Lugares de interes: Destilería de espliego

A primeros de Agosto, y tras el bando anunciador de que la caldera estaba en marcha, comenzaba en la Serra la temporada de siega de espliego. En otras poblaciones más frías, como Vistabella, ésta comenzaba más tarde. Así, por espacio de un mes o mes y medio, dependiendo de la bondad de la cosecha del año, se establecían dos turnos de trabajo, en los que un par de hombres por caldera y turno, cubrían las durísimas veinticuatro horas del día. Uno de los turnos comenzaba a las 12 de la noche, y finalizaba a las 12 del mediodía, hora en que empezaba el otro. Cada pareja despachaba tres calderas por turno, contabilizándose por tanto hasta seis al día.

Destilería de espliego


El sistema de destilación era simple e ingenioso a la vez. En una gran caldera de hierro, se echaban unos cuantos cubos de agua. Luego, se colocaba una rejilla, también de hierro, con el fin de que separase el agua que se había echado, del espliego que se iba a meter, y que prácticamente era embutido entre la rejilla y la tapa que cerraba la caldera. Con ésta llena hasta los bordes, se cubría con la tapadera y , con la ayuda de barro y gruesas grapas de hierro, se sellaba hasta quedar un recipiente hermético.

El fuego que avivaba la caldera desde su base, alimentado con las matas de espliego ya destilado, iniciaba el proceso. Poco a poco, las altas temperaturas iban transformando el agua líquida, en vapor. Un vapor que, al ascender, se enriquecía con la esencia del espliego y, por la única válvula de escape de la caldera, una abertura en la parte superior de la misma, comenzaba un recorrido por un auténtico laberinto de tubos de hierro galvanizado que, sumergidos bajo las frías aguas de la propia balsa del huerto, y precisamente por causa de este cambio brusco de temperaturas, convertía de nuevo el vapor en materia líquida, en este caso una especie de fluido aceitoso.


Caldera


Finalmente, la mezcla se derramaba sobre un extraño recipiente metálico que obraba un último prodigio, puesto que, como por arte de magia, separaba el agua, de la esencia. Esto ocurría por que el citado recipiente estaba equipado con un tubo que, apostado en el fondo del mismo, permitía al agua, más pesada que la esencia, liberarse de la oscuridad y fluir por fin al exterior, vertiéndose sobre un cubo de metal. Al llenarse éste, los trabajadores devolvían el agua a la balsa, al tiempo que colocaban una piedra sobre la pared.

Cuando se contabilizaban siete de estas piedras sobre el muro, era la señal inequívoca de que la caldera había derramado toda su esencia. Había llegado el momento de evacuarla y comenzar de nuevo todo el proceso.

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